Todos los días sin excepción, me entra el hambre a medianoche. No importa si ceno o no, la hora, el desgaste del día. Y cada vez se hace más monótono y usual, tanto que no me doy cuenta. Lo acabo de pensar hoy. Como una serie de carreras en frío. La rabia de torcerte un tobillo.
Nada con ello que ver tiene la humedad de la ribera ni el frío de la sierra, pero me siento calado hasta los huesos. Por entender o por crear. Porque siempre es mejor buscar que encontrar. Por esta especie de diógenes emocional. Porque odio esperar. Odio la sensación de tirar el tiempo en algo que escapa a mi mano, no porque quiera tirarlo. Porque quiero guardarlo. Para irme habiéndolo usado.
¿Sabes? A diario me entra el hambre a medianoche. No importa lo que haga o dónde esté. Pero este hambre no se va comiendo. Tampoco cenando. Este hambre me acompaña hasta que se me cae el movil desde el que escribo esto de las manos. Y este hambre es para tratar con cuidado.
¿Sabes?
Hasta que no te coma probablemente no quede saciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario