Como el tumulto de jóvenes con la charanga post-fiesta mañanera, su sueño equivale a mi ceguera. Las manchas de vino, heridas de guerra. Cuando vuelves de ella las cicatrices se quedan.
Pero aunque se distorsione tu rostro, aunque me confundas y me relajes no puedo dejar de mirarte. ¿En los hemisferios quedan cicatrices cuando entran en guerra? Porque hueles a hogar. No a mi casa, a un buen sitio para vivir. Y eso que estás tan cerca que no te puedo tocar.
La primera diferencia es que como en el planeta, la guerra es un juego de azar. Y que pese a mis dudas, el casino abre a diario. Que la pasión no la para la razón, que la luz no tiene sombras si no el resto de elementos. Por esas ruinas ya no le temo al fuego, pero sí a las cenizas. Porque si soplas se apaga la vela. Porque están tardando en devolverme la red eléctrica.
...
Poca luz y copas rotas. Un puñado de irresponsabilidad y algún que otro remordimiento, pero jamás arrepentimiento. Calor en invierno. Y ver que cuando rozas mi piel sientes que estás en casa. Ah, por eso olía a hogar. Porque toda buena guerra acaba con una batalla final. Perdiendo, me planteo, si acaso no es mejor que ganar.
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